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Marina Abramovic

  • problemascontem201
  • 2 mar 2017
  • 3 Min. de lectura

Los trabajos más conocidos de Marina Abramovic son sus performances, objetos, vídeo-instalaciones y acciones registradas para dramatizarse en escenografías de fuerte barroquismo conceptual. El eje de su producción se halla en su propio cuerpo, un territorio para la experimentación y el cambio, soporte de toda su trayectoria artística. En sus inicios, la artista trabaja en solitario, y tras un breve contacto con las instalaciones sonoras, comienza a realizar sus primeras performances -Rhythm 4, Rhythm 5, 1974; Rhythm 10, 1975- que estuvieron salpicadas por el escándalo. Siguiendo la idea -común a todos los performers- de sentir el mundo a través de la experiencia personal del cuerpo, la artista trató de indagar en los límites de la resistencia moral y física, reflexionando sobre los patrones de comportamiento de la mente y el organismo. Su idea era establecer un diálogo energético con los espectadores. A partir de 1975, y hasta 1988, Marina Abramovic comienza a trabajar con Ulay. Pocas veces en la historia del arte una relación afectiva entre dos artistas ha dado tantos frutos a nivel creativo. Su complicidad y atracción, así como su excelente sintonía y entendimiento, les hizo crear un núcleo de trabajo centrado en su propia relación como pareja. En performances como Relation Work de 1976, o Interruption in Space, de 1977, Abramovic y Ulay reflexionaban sobre las condiciones dualísticas en las que crecía su relación: hombre/mujer, soledad/compañía, deseos/prohibiciones. Cierra este periodo su última acción en conjunto: The Lovers de 1988 donde aparece de nuevo la idea de desgaste físico, pero también emocional: en apenas tres meses, y cada uno desde un extremo, recorrieron la Gran Muralla China -unos dos mil kilómetros. Cuando se encontraron en el centro, la pareja consumó su separación. Tras su ruptura, Abramovic inicia una nueva etapa. Influida por una larga estancia en el estado brasileño de Minas Gerais, comienza a realizar instalaciones objetuales, abriendo un nuevo campo de trabajo con Transitory Objects. Desde 1992, recuperó su labor como performer, continuando con los intereses de sus primeras acciones al concebir la performance como un espacio para la liberación de los fantasmas personales, pero también como un modo de relacionarse con la realidad (Dragon Heads, 1992-1994; Cleaning the House, 1995; The Onion, 1996; o Balkan Baroque, 1997). En esta última, León de Oro en la Bienal de Venecia, la artista construyó una escenografía cargada de potentes medios expresivos. En una sala en semipenumbra, sólo iluminada por tres pantallas de vídeo con la imagen de sus padres en silencio y de Abramovic recitando fríamente un informe sobre las ratas-lobo, la artista amontona en un rincón más de dos mil kilos de huesos con restos de carne. Sobre este osario, cargado de connotaciones simbólicas por las luchas fraticidas de los Balcanes, Abramovic despliega su emotiva y conmovedora performance: lentamente, y sumida en un reflexivo autismo, va limpiando los restos de la carne todavía pegada a los huesos. Marina Abramovic, en los últimos años, no ha dejado de experimentar sobre los códigos artísticos a través del empleo de los nuevos soportes proporcionados por los avances técnicos, vídeo, cine, instalación- demostrando una coherente evolución hacia la madurez en los registros expresivos empleados.


Algunos performance

Ni contigo ni sin tí: Marina + Ulay

De su relación con el fotógrafo y artista alemán Uwe Laysiepen, más conocido como Ulay, surgieron algunas de sus instalaciones más divertidas. En Rest Energy (1980) by Abramović and Ulay, la pareja permanece estática durante horas mientras él apunta un arco tensado directamente a su corazón. Hay micrófonos que reproducen los latidos del corazón y los ruidos que hace el arco en el esfuerdo de no dejarse ir.

De Rousseau a Sade: Rhythm 0 (1974)

El primer performance explosivo de Abramović. La serbia se puso a disposición del público junto con 72 instrumentos de funcionalidades heterogéneas, desde un lápiz, una polaroid, una boa de plumas y un perfume hasta cuchillos, un hacha o una pistola cargada. Los visitantes eran entonces invitados a elegir un objeto y usarlo con ella de la manera que les pareciera más interesante. La artista aseguró que no se movería durante seis horas, pasara lo que pasara.

Lo que empezó como una reflexión acerca de la confianza y el contrato social acabó siendo una lección sobre la tendencia natural del ser humano a la violencia: "Lo que aprendí fue que, si dejas que el público decida, te pueden matar. Me sentí verdaderamente atacada: me cortaron la ropa, me clavaron las espinas de las rosas en el estómago, una persona me apuntó a la cabeza con la pistola y otra se la quitó". La falta de reacción de la artista hizo que la violencia escalara de manera geométrica. "Después de exactamente seis horas, según el plan, me levanté y empecé a caminar hacia el público. Todos escaparon, evitando un enfrentamiento real".

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